Unos espeluznantes ojos completamente negros te obserban desprovistos de emoción desde unas cuencas profundas en un craneo achatado y huesudo. Tu mente se contorsiona y lastima al intentar entender lo que tienes delante, ya que bajo los marcados pómulos de aquella cabeza caen suavemente cuatro tentáculos anchos y de terminación puntiaguda que se mueven distraidamente. Su piel es enfermizamente pálida, con un tono que roza el celeste y el plata; a excepción de sus ojeras, sus uñas largas y las puntas de sus tentáculos que se colorean en un rojo amenzanate.
Su cuerpo es humano, o humanoide, aunque la implicación de aquello te marea un poco, viste algo parecido a un sobretodo negro y de un material que parece cuero, prolijamente trabajado y detalladamente decorado con plata y hierro.
Se mueve con una gracilidad de pesadilla, apenas si consigues entender como deslizó su cuerpo dentro de la habitación, pero una cosa está clara: se acerca a ti con una expresión que parece casi de aburrimiento.