" Te vistes sin elegir la ropa, como siempre, lo único que de verdad importa es que llevas en el bolsillo de la chaqueta el paquete de tabaco al que aún le quedan tres cigarros, el ligerísimo monedero y el mechero, todo lo demás hace mucho tiempo dejó de importar.
Al cruzar el portal que da a la sala que auspicia también de comedor y cocina te das cuenta lo embotado que te sientes, estás despierto, si, pero...por qué todo se siente tan extraño, tan vacío, el reloj aún llena la habitación con su acompasado ritmo, pero te descubres mirándolo sin entender lo que sus agujas intentan decirte... «Las ocho... y algo» consigues descifrar no sin dudar de ti mismo, incluso te pellizcas un brazo como suele hacerse en las obras de teatro para comprobar que no estás soñando, concluyendo que aparte de acabado, eres un ridículo...
Aclaras tu garganta e intentas restar importancia al tono surrealista que está tomando tu vida ultimamente antes de echar un vistazo a tu pequeño hogar:
Contra todo pronóstico, todo está bastante limpio, a excepción de algunas ollas que quedaron por lavar, frente a ti, al otro lado de la habitación la puerta de entrada acusa la antiguedad del edificio, entre ella y tú reposa sobre la mesa un periódico abierto, a tu derecha una ventana amplia con cortinas cerradas da a la calle y a tu izquierda, la puerta del baño permanece cerrada al lado de la encimera, la alacena, y la cocina.